20 de enero de 2017

Cómo pasé de gay de manual a Aliado de la causa trans

Publicado en Vice, el 19 de diciembre de 2016.


Yo soy homosexual, cisgénero y blanco. Y he nacido en un país desarrollado, con una cultura  homosexual definida, donde las fiestas del Orgullo Gay son un negocio. Poned a esa persona tan, digamos, básica, en una producción postporno queer en Berlín donde había una enorme diversidad de géneros e identidades. Si lo agitáis bien obtendréis una mezcla muy loca y muy diversa, muy bonita. Una mezcla que, desafortunadamente, cada vez se estila menos en el mundo gay, al que yo suelo llamar, por razones más que obvias, homopatriarcado.

La peli era un largometraje que mezclaba comedia de enredos y cine X, y que retrataba un montón de realidades sexuales y de género hiladas por el personaje protagonista, interpretado por Papi Coxx, una persona transgénero. Y me llamaron a mí para hacer de ayudante de dirección en esta producción. Aún no sé muy bien por qué, pero no puedo estar más agradecido. A menudo digo que este rodaje me quitó una venda de los ojos. Una venda llamada cishomonormatividad

Empecemos por el principio: ¿qué son transgénero y transexualidad? Uf, difícil. Por supuesto, ambos conceptos son distintos y definen unas realidades tan complejas que no tiene sentido intentar simplificarlas. En grandes (demasiado pocos) rasgos, una persona transexual es aquella cuyo género no concuerda con el que se le asignó al nacer según criterios biológicos. Una persona transgénero tampoco se identifica con el género que se le asigna al nacer, ni a menudo con el género binario (ni masculino ni femenino), pudiendo incluso estar entre ambos. La diferencia fundamental, sin embargo, está en el concepto de género frente al concepto de sexo, ya que el sexo se refiere a una característica biológica, y el género a una significación cultural que hace referencia a unos determinados roles. 

Nunca me atrevería a teorizar sobre este tema. Me voy a atrever, eso sí, a explicaros cómo yo, Alejandro, me encontré en este rodaje con una realidad súper desconocida para mí. A contaros, con mucho apuro, las cagadas que cometí, y también lo mucho que aprendí gracias a estas personas que, muy lejos de juzgarme, me regalaron sus historias y me hicieron partícipe de ellas. En definitiva esta es la historia de aquel gay de manual que se fue de Berlín siendo otra persona. Una persona mejor.

They, their, them 




Una de mis mayores cagadas vino relacionada con el idioma, un arma muy potente que tenemos para incluir y también para excluir realidades de género en nuestro día a día. En la comunidad trans, en inglés, lleva mucho tiempo utilizándose el pronombre personal they para referirse a alguien sin usar el masculino ni el femenino, haciendo posible referirse a personas que no se identifican con ninguno de estos géneros.

Y claro, mi gramática inglesa del instituto y la falta total de conocimiento sobre transexualidad y transgénero que tenía entonces me jugaron la peor pasada del rodaje. El día que nos reunimos para la lectura crítica del guión, no había nadie en el universo más nervioso que yo. Lectura crítica y a mí temblándome el bolígrafo con el que me iba apuntando las anotaciones de la directora. Y sin nada que decir. Yo abrumado por los comentarios interesantísimos de todo el mundo y las páginas pasando y pasando, y sin que se me ocurriera nada, nada que decir. Y de repente, ahí estaba, un error gramatical grave. Levanté la mano y dije… “aquí se está hablando del personaje de Papi Coxx en plural, y claramente es sólo una persona”. Fail. Masterfail. El resto de personas sentadas a la mesa sabía algo que yo no sabía, y así me lo delataron sus miradas de recelo. La directora tardó un segundo y medio en desmontar la tontería que yo acababa de decir y pasamos a otro tema. Yo escondí mi vergüenza detrás de mi copia del guión hasta el final de la lectura. Nada que añadir, señoría.

Fue Papi Coxx quien, al terminar la jornada, vino y me explicó qué significaba. Era una persona que te ponía a menudo en tu sitio si no le hablabas en neutro. Afortunadamente y gracias a esta explicación, después de mi gran cagada inaugural nunca volví a equivocarme con esto, pero a mitad de rodaje recuerdo a Papi con un post-it en la frente en la que ponía “they, their, them”, de muy mala leche.

Recientemente se hizo oficial el reconocimiento del tratamiento Mrx., en lugar de Mr. y Mrs. en inglés. En Español se ha comenzado a extender también un pronombre neutro que contiene una -x en lugar de -o, -a. Por ejemplo, lxs englobaría masculino y femenino, o bien podría referirse a un tercer género. Desafortunadamente, eso sí, todavía estamos muy lejos de la inclusión del género no binario de manera oficial en nuestro idioma.

Hay hombres sin polla 




Mis prejuicios hacia Kay fueron de lo más absurdo, y a menudo me odio por ello. Él fue, además, el chispazo que encendió mi ruptura con el homopatriarcado e hizo nacer en mí un interés sobre la causa trans completamente nuevo hasta la fecha.

Pongámonos en situación: estamos en el primer día de rodaje. Y en una marea de personas súper diversas, destacaba Kay. Destacaba porque era un chico de pelo rapado, barba, grandes patillas y camiseta de tirantes. Un macho, muy macho. Y, por cierto, muy sexy. 

Una de mis labores como ayudante de dirección era organizar a lxs actores y lxs figurantes dentro del set. El día que me crucé con Kay rodábamos una secuencia de discoteca, y no teníamos figuración suficiente, así que todxs las personas del equipo tuvimos que caracterizarnos y aparecer en la escena. Y yo, no me preguntéis cómo, terminé con una máscara y un jockstrap de látex bailando, claro está, con Kay. Y acción, If you wanna ride, don’t ride a white horse (White Horse de Laid Back) sonando, y la cámara dando vueltas a nuestro alrededor, y yo no paro de preguntarme qué hace un chico tan normativo en un rodaje tan queer. Y el cada vez más sexy. Afortunadamente, poco tardé en dejar de pensar, y es que Kay me estaba mirando con una sonrisa irresistible, y se estaba acercando cada vez más a mí. A mí, que llevaba un atuendo que dejaba la mayor parte de mis carnes al descubierto. Todo esto, mientras una cámara nos grababa. En un momento dado, no se de quién de los dos fue la idea, estábamos besándonos. Frotándonos. Y en ese frote intuí que sus genitales eran diferentes a los míos. Kay era un transexual: un chico sin polla. Un chico trans que se sentía atraído por mí, además, otro hombre. En su momento esto me sorprendió muchísimo, ¿pero acaso no es absolutamente normal ser un hombre y que te gusten otros hombres? Súper normal.

 Poco tiempo más tarde descubrí que Kay no sólo era más macho masculino que yo, sino que podía elegir la polla que quisiera, cuando quisiera. Es decir, que también tenía más pollas que yo. 




El género no está en los genitales, sino en la cabeza 


Mi persona favorita del rodaje fue Jiz Lee. Jiz era una persona de género fluido. Es decir, a veces se había sentido más cerca del masculino, otras del femenino, otras de un género no binario. Esta idea podría parecer rizar el rizo, pero no lo es. En definitiva, es la no asociación de tu género con un rol preestablecido y, sobre todo, desvincularlo de tu sexo. En el momento en el que rodamos se identificaba con el género masculino. No tomaba hormonas, se mostraba a gusto con sus pechos y sus curvas, pero se sentía un chico. Era un chico. Pasé muchísimo tiempo con Jiz ensayando su diálogo en la peli hasta que estuviera perfecto, hablando de nuestras vidas y riéndonos muchísimo a escondidas en un día en el que el ambiente estaba realmente tenso. Lo más importante que me llevé de Jiz, además de su cariño, fue la total convicción de que el género no está en los genitales, sino en el cerebro.


Como dice San Andrés, el que parece marica lo es. 



Sin duda una de las personas que más me sorprendió fue Juan. Juan era excéntrico, hablaba el español latino que enseñan en EEUU en el instituto, era drag queen (Anita Drink, ¿podría en la vida existir un nombre mejor?) y tenía un grupo de punk. Magia. Y, claro, tenía mucha pluma, una pluma verdaderamente envidiable. Yo le hablaba en femenino. Él a mí también. Los “guapa”, “chocho” y “cariña” se escuchaban de una punta a otra del set. Él se encargaba del vestuario, a través de su marca Juan of a Kind. Y sí, desde luego no podría haber otro Juan como él, en ninguna parte del mundo. De repente, un día, me habló de su mujer, Mad Kate. Ella estaba también en el elenco de la peli y tenía una escena en la que penetraba con un strap on a Paulita Pappel, de quien vais a saber más ahora mismo. Y flipé, obvio.

Porque claro, este refrán de “como dice San Andrés, el que parece marica lo es”, este refrán de mierda, me lo había inventado yo mismo una noche de cervezas, muchos años antes, pensando que era una persona llena de ingenio. Y en realidad lo que estaba era lleno de prejuicios, que de un plumazo se llevó Juan. Y me explicó lo siguiente, que se me grabó a fuego. “Yo crecí en San Francisco. Todos mis amigos eran gays y mayores que yo. Cuando empecé a salir tenía 14 años y, claro, aún no había despertado sexualmente, pero cogí todas las referencias de mi círculo de amigos y de la comunidad LGTB. Todo el mundo piensa que soy gay. Tanto, que en los primeros años pensé que era yo quien estaba equivocado y lo intenté… pero es que no me gustan los hombres. Me gustan las mujeres.”

Ahí es nada.

Vender mi cuerpo libera mi alma 


Otra de las enseñanzas que me llevé de esta peli no tiene directamente que ver con el transgénero, pero he prometido hablaros de Paulita. A pesar del diminutivo de su nombre, Paulita un mujerón que vive en el cuerpo y en los ojos de una adolescente. Es dulce, cariñosa, se mueve con magia por el set. Y, además, es española. Se convirtió en seguida en una de mis personas más queridas del rodaje, y entre otras cosas me habló de las dudas que tenía cuando decidió hacer pornografía. Se sentía bien con la idea, le apetecía, quería hacerlo, pero siempre había visto la pornografía como lo que es, una herramienta del patriarcado que oprime y cosifica a las mujeres y desnaturaliza el rol femenino. Hasta que descubrió la postpornografía. Me contó que gracias a producciones de este tipo, podía hacer porno sintiéndose libre y cómoda. Y disfrutarlo. Sus gemidos en el set y su cara de placer nunca se me van a ir de la cabeza. Nos agregamos a Facebook y, tiempo más tarde, leí una actualización que también se me quedó grabada para siempre: “Mom, selling my body frees my soul”.


Con este arranque en el universo postporno queer, nunca volví a dar por hecho absolutamente nada en lo que a género se tratara. A menudo me daba miedo hablarle a alguien en femenino o masculino, asumir desde mi absurda normatividad cis la identidad de la gente que me rodeaba. Y recuerdo lo que me pasó con Wiebke, que también trabajaba en la peli pero a la que conocí más tarde. Cuando me la presentaron, le pregunté si debía hablarle en femenino, masculino o neutro, muy apurado, con mucho miedo. Ella se rió a carcajadas y me contestó: “Háblame en femenino, soy una machorra de la vieja escuela”. 


Como os he dicho más arriba, la gente de este rodaje era, sin duda, muy necesaria.

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