20 de enero de 2017

De ruta por Madrid en busca del cruising perdido


Publicado en Vice.com, el 2 de enero de 2017.



El otro día fui a ver una exposición al CCCB en Barcelona sobre arquitectura y sexo, y había una videoinstalación con piezas pequeñas de varios autores. Una de ellas era muy simple pero me llamó mucho la atención. Era una grabación de la pantalla de un ordenador donde un hombre se mensajeaba con otro en un chat de sexo y a la vez buscaba lugares de cruising en una web. Una web que existe y se llama gays-cruising.com. Eso me hizo hacerme una pregunta, ¿estaría de verdad el cruising tan de moda, seguiría siendo algo tan importante para hombres gays, como para estar tan institucionalizado y que haya tanta información en la red? 

Entiendo que todo el mundo que está leyendo sabe lo que es el cruising, ¿no? Si no, básicamente consiste en hombres teniendo relaciones sexuales con otros hombres en lugares públicos, a menudo abiertos. Los clásicos son parques, centros comerciales, aparcamientos de coche, playas y estaciones de tren/autobús/lo que surja. La palabra viene de cruise, en inglés, que significa navegar. Se convirtió en una palabra clave en el argot gay en la época de la represión LGTB, ya que a pesar de su significado es completamente inocua a oídos de un heterosexual. 

Es decir, el cruising nació como una necesidad de los homosexuales para tener relaciones sexuales en lugares apartados, en secreto, evitando las represalias. Pero entonces, en esta era en la que la homosexualidad está ampliamente aceptada, ¿a qué viene el cruising? ¿por qué sigue existiendo? Pues aquí viene lo peliagudo: los lugares de cruising hoy en día no solo son frecuentados por hombres homosexuales, sino también por hombres heterosexuales buscando sexo con otros hombres, sin ser descubiertos. Heterosexuales

Con todo esta marea de inquietudes que esta instalación revolvió en mí, decidí ponerme manos a la obra e investigar en mis carnes qué pasaba con esto del cruising. Porque la verdad es que yo pensé que con la proliferación de apps de ligoteo sería algo más que en desuso, sobre todo en grandes ciudades. Así que me fui a la web. Y me encontré con un mapa llenito de marcadores sobre Madrid.  

Flipé, con emoción, la verdad. Ya haciendo zoom hacia Madrid ciudad, encontré que los lugares, se espaciaban, pero seguían siendo muchos. Algunos de de ellos me resultaban familiares: El Corte Inglés, el centro comercial de Príncipe Pío, El Templo de Debod… sitios en los que cualquier gay que se precie sabe que se cuecen habas. Y me decidí a salir a contrastar lo que aquella web decía. Me puse mi ropa más cruiser —vaqueros anchos, zapatillas de deporte viejas, sudadera, bómber y gorra para atrás— y me lancé a las calles. Y a los parques. Estas de aquí abajo fueron mis averiguaciones.
El Corte Ingés de Callao, un cruising rancio y maloliente 

Desde mi casa en Malasaña, era el que más cerca me pillaba. No os voy a negar que iba hacia allí bastante nervioso. No solo iba a hacer cruising, sino que me disponía a documentarlo. Por el camino iba pensando en aquellos años de la era pre-smartphone en los que, en Madrid, bastaba con ir por la calle para ligar. Una mirada era más que suficiente para identificarte con alguien a quien le molabas, marcarte un seguimiento por la Gran Vía, y llegar hasta un lugar apartado de la multitud donde, en el más leve de los casos, charlabas con esa persona e intercambiabas número de teléfono o MSN hotmail. Así de fácil.
Lo que decía en la web sobre el lugar era que “En los baños de caballeros de El Corte Inglés de Callao siempre hay algún maduro esperando. Los baños son muy pequeños por lo que hay que hacerlo rápido.” En realidad no me parecía muy apasionante y, además, en El Corte Inglés de Callao no hay planta de hombres como tal, así que no sabía si se refería a ese o al de Preciados (Sol). Pero fui a los dos. Y en los dos encontré bastante chicha.

En el centro de Callao encontré relevantes varias cosas:

En la planta 4, elecrtrodomésticos, encontré principalmente mal olor. Algo común en todas las instalaciones que visité en ECI.  Pero lo que me llamó la atención fue que uno de los dos urinarios estaba tapado con una bolsa de basura. Me pareció sospechoso, como también me lo pareció la multitud de papeles que encontré en la papelera. Es decir, en ese baño las personas se lavaban mucho las manos y les habían prohibido hacer pis una al lado de la otra. Sospechoso. No había nadie cuando llegué, así que me instalé de pie en el meadero que no estaba inhabilitado. Al poco rato entraron un hombre de unos cincuenta y otro de alrededor de treinta. El más mayor se lavaba mucho las manos, el más joven hacía el gesto de hacer pis, sin hacerlo, en el baño. Con la puerta abierta. Claramente, estaban deseando que me fuera. Y así hice, me fui a inspeccionar otra planta.   

                                               
Baños de clausura, personas meando sin mear y exceso de lavado de manos. Súper sospechoso.


En la planta 5, hogar, no se podía entrar literalmente en el baño. Sólo disponía de un urinario, y estaba ocupado. También lo estaban los dos baños, donde había personas que, o no hacían ruido al mear, o no estaban meando. Hedor, ambiente cargado, miradas. Me puse a lavarme las manos, o a hacer como que me las lavaba, y nadie se movió. Entró un chico de unos 25 años que al ver el percal, salió en seguida, sin antes lanzarme una mirada de identificación. Decidí salir tras él, por si decidía ser mi guía hacia otras instalaciones. O por si de repente era el amor de mi vida. Cuando salí me lo encontré haciendo como que miraba las cosas que había en la planta, justo a la salida de los baños: lazos, artículos de mercería, rellenos para sujetador y madejas de lana de colores pastel. Pero me miraba, y mucho, desde donde estaba. Al verme salir e ir hacia él, emprendió la marcha. Lejos de llevarme hacia donde yo pensé, me descubrí siguiéndole por todo el centro comercial hasta su novia, que estaba mirando, en la planta de abajo, planchas de la ropa.

Lo que simulan mirar los cruisers esperando a que sus presas salgan del baño. Muy fuerte.

Solo quedaba un baño de hombre por visitar, el de la última planta, donde además había servicios de salud, peluquería y estética. Cuando entré en el baño estaba desierto. Lo consideré normal, nadie podría querer follar allí con la decoración que encontré en las paredes. Me hizo mucha gracia, eso sí, que al adoptar la posición de mear parecía que siempre había alguien acechándote desde detrás. Una copia cutre de Jordi Labanda de estilo súper dosmiles buscando guerra. Me fui a otro sitio, espantado.   

Hey, hacer cruising es súper cool. O lo era en 2003.

Tras concluir que el cruising en el centro de El Corte Inglés de Callao existe, pero dista mucho de ser interesante, me disponía a dirigirme al centro de Preciados, pero pensé… ¿Y la Fnac? ¿Por qué no estaba Fnac en el listado de sitios de cruising de esta página? No es posible que se les hubiera pasado ese sitio de cruising emblemático, el sitio de cruising prima. Un baño donde, por encima de a pis y a heces, olía a sexo. Así que me decidí a investigarlo, saltándome el protocolo de gays-cruising.com.

La Fnac Callao, un cruising que descanse en paz.




En mi época de estudiante, yo trabajé en Fnac. El cruising era algo más que conocido, era algo de lo que no se hablaba, pero que se sabía entre los empleados. De hecho, pusieron una garita de seguridad en la última planta, donde estaban los baños, con la excusa de que nadie robara, pero no. Era para vigilar el cruising. Además de trabajador, siempre he sido cliente de la Fnac Callao y alguna vez, al visitar el baño, había sido espectador de una película X en directo: personas masturbándose con los pantalones bajados cerca de los lavabos, felaciones fuera de las cabinas, tríos, orgías. De todo. Así que me parecía alucinante que aquel lugar no saliera en la particular biblia internáutica del cruising.

Subí hasta la última planta y cogí un par de libros. No eran muy sexys, pero sí los que más me interesaron de los que encontré en el camino. Serían suficientes para lavar mi imagen a ojos del vigilante de seguridad, que sabía que sospecharía de una persona con las manos vacías. Ya a punto de subir el último tramo de escaleras antes de llegar al baño, me dio como que sí, lo noté. Personas allí paradas mirando sus móviles, mucho trasiego arriba y abajo de las escaleras… Y me animé, lo de la Fnac no era cruising de ollas y rellenos de sostén, era cruising intelectual. Cuando subí, todo se desmoronó. El baño de hombres había sido, literalmente, fasciculado, para impedir cualquier interacción masculina homosexual. Habían matado al cruising. Y, además, habían sustituido las pintadas de pollas, frases obscenas y números de teléfono que siempre hubo, entre las que recuerdo una muy jugosa que decía “Pablo Rivero folla aquí”, por un mural con dibujos de algo que ni siquiera miré. No me interesaba. Lo más excitante que hice en aquellos baños fue abrir una de esas puertas, fingir que meaba y salir.   

El Corte Inglés de Sol, el epicentro del cruising de Madrid

Algo desmoralizado por la situación cruisera, entré en El Corte Inglés de Sol. Había vivido al lado y lo conocía como la palma de mi mano. Entré por El Cortilandia, lleno de niños hasta arriba de azúcar y Pocoyos que daban miedo, y fui directo hasta la escalera de incendios. Sabía que era un atajo secreto de las personas que hacían cruising allí para acceder rápidamente a los baños de todas las plantas sin tener que pasar por la tienda, lejos de la mirada del personal y de los compradores. Sabía que aquella misma escalera de caracol era un lugar de encuentro, y que aunque pusiera “sólo personal autorizado” el acceso no estaba cerrado por ser una salida de emergencia. Lo sabía todo. Y todo seguía como yo lo conocía. Nada más subir veo que dos hombres están hablando sigilosamente en la escalera, puede que intercambiándose teléfonos. Puede que hablando de dónde pueden ir para estar tranquilos. Puede también que hablaran del PIB mundial, aunque lo dudo. 

La planta primera estaba abarrotada, llena de señores que, seguramente, hacían sus compras navideñas. Hasta la bandera (por supuesto, española). Allí no había cruising.

Pasé de la planta primera a la tercera, saltándome la segunda porque vi a un par de familias con muchos niños entrando hacia los baños. La combinación de niños y lugares de cruising me resultaba verdaderamente poco deseable. Y en los baños de la tercera planta, nada más entrar, ya se podía casi palpar el sexo. Entro y me lavo las manos, algo que, he aprendido, es un clásico de espera en estos lugares. Dos hombres bastante mayores que están en los urinarios me miran, uno de ellos me enseña el rabo mientras se pajea, un tercero que está en un baño sale a la puerta, con la bragueta desabrochada, y me hace violentos gestos para que entre en el cubículo con él. Verdaderamente aquí sí hay tomate. Aunque sé a lo que voy y lo que me voy a encontrar, me siento muy violento por la escena. Entre estos tres hombres se ha establecido una sinergia y una complicidad que yo no tengo. Todos están en el ajo. Entran dos hombres más, con bolsas del supermercado. Me voy. Quiero inspeccionar la segunda planta e irme. Definitivamente El Corte Inglés no es un lugar que me resulte sexy en absoluto.  

Recreación: ¿Qué opinas del nacionalismo en Córcega?

Cuando entro en los baños de la segunda planta, identifico en un urinario a un hombre que había visto en la escalera anteriormente. A su lado, un niño pequeño y al lado de él, probablemente el padre del niño. La imagen me resulta espeluznante. Para no olvidarme de contaros esto, hago una foto sigilosamente y me voy. Cuando salgo por la puerta y ya fuera del recinto de los baños, alguien me agarra del brazo, con fuerza. Es él. La conversación fue como sigue:

él: Borra ahora mismo las fotos que has hecho.
yo: Tranquilo, ahora mismo las borro. (intentando zafarme e irme)
él: No, bórralas delante de mí, que yo lo vea.
yo: Te he dicho que voy a borrarlas, no te preocupes, que lo haré. Pero no tengo por qué enseñarte mi móvil.
él: Claro que tienes por qué, estás haciendo fotos en un lugar público y puedo llamar a la policía.

Me entra mucha impotencia, tengo muchas ganas de enfrentarme a él, de decirle que adelante, que llame a la policía y que yo les diré lo que estaba haciendo él en presencia de niños pequeños, que les enseñaré las fotos. Pero decido callarme y le enseño el móvil. No soy nadie para decirle eso y, en realidad, tiene razón.  Borro las dos fotos que había hecho y me voy. Al irme me insulta y me amenaza. ¿Os acordáis de lo que os he dicho antes de lo de la represión, los heteros, etc? Pues eso. Salgo del centro comercial bastante contrariado, con el corazón latiéndome fuerte, pero también con una idea clara: los centros comerciales no son lugares donde yo haría cruising. Nadie debería exponer a la infancia a la sordidez que he vivido en estos baños.

Paseantes de perro sin perro y personas estirando sin haber hecho deporte. 

Sólo me quedan dos lugares por visitar: el centro comercial Príncipe Pío y el Templo de Debod. Y decido, tras esta experiencia, que no quiero más centros comerciales, así que voy directamente al parque. Además, se ha hecho de noche y los animales nocturnos habrán salido ya de sus cuevas. Según el mapa, el cruising se concentra en los alrededores de un restaurante abandonado y en la parte del parque más cercana al Paseo Pintor Rosales. 

Por el parque hay, sobre todo, personas paseando perros y otras haciendo deporte. Hace mucho frío, pero no tengo ropa de deporte, así que no tiene sentido que me ponga a trotar, de momento. Busco un sitio donde sentarme a esperar y ver quién llega. Casualmente me he parado en un parquecito infantil, que ahora está desierto, y ahora la asociación con la infancia sí me parece poética. Cuando los niños se van, los mayores vienen a jugar aquí. A otra cosa.

En seguida aparece una persona que, ni lleva perro, ni ropa de deporte. Camina mirando a su alrededor, y solo puede venir aquí a esta hora a una cosa, así que decido seguirle. Con sigilo, porque he aprendido la lección. Se dirige hacia la zona más boscosa del parque, cerca del restaurante abandonado. Y se mete en los arbustos. Es noche cerrada y dentro de los arbustos hay oscuridad total. Decido ir tras él, me adentro en la maleza, pero por culpa de mi medida cautelar, lo pierdo. Veo entre las sombras, sin embargo, a otras dos personas que están muy cerca la una de la otra. No intuyo mucho movimiento, pero tienen que estar practicando sexo. Una tercera persona —quizá el primero que vi— se acerca a ellos, y uno de los que estaba primero decide irse del grupo. Es ahí cuando me lo encuentro de frente. No quiero que piense que estoy husmeando, así que le miro, intento buscar complicidad, pero no me acerco a él. En su lugar, decido ir en la dirección contraria a donde está, y por el sonido de las pisadas siento que viene detrás de mí. El área de arbustos no es muy grande, así que salgo pronto de ellos y camino hacia la zona iluminada del parque. Y de repente me siento, no me preguntéis por qué, a salvo. No sé si es por el frío o porque, simplemente, no es el día, pero pienso en que lo único que me apetece ahora es volver a casa. Me da rabia que justo en el lugar donde creo que hay más movimiento, me haya echado atrás. Pero camino firme, sin mirar qué pasa a mi espalda. 


Paseantes de perro sin perro, un clásico en lugares de cruising al aire libre.  

Entro a desentumecerme y ordenar las notas que he ido tomando a una cafetería del paseo Pintor Rosales. Me pido una Mahou, doble. Y me descubro pensando que la idea que yo tenía sobre el cruising y la realidad que me he encontrado no se diferencian tanto. Y me pregunto si lo mismo es que el buen cruising, el cruising de calidad, se ha trasladado a lugares menos céntricos. Pienso, también, que quizá no es la mejor época del año para practicarlo en exteriores. Entiendo el morbo que produce buscar a personas con las que, sin preámbulos ni palabras, practicar sexo. Sé que es un morbo añadido hacerlo, además, en lugares públicos. Y también sé que en lugares como este en el que acabo de estar, nadie —excepto la naturaleza si se dejan restos de condones por el suelo, no lo hagáis— sale perjudicado. Pero sobre todo hay una idea que me grita en la cabeza. Esa idea es que yo, a diferencia quizá de algunas de las personas con las que he coincidido hoy, puedo ejercer mi libertad sexual como quiero, cuando me apetezca, donde me de la gana. Y, sobre todo, puedo ejercerla como homosexual declarado, como maricón. En bares, por la calle, en clubs de sexo, en apps de ligue, en mi propia casa. Donde quiera. Concluyo, con los pies aún congelados, que soy una persona muy afortunada por aceptarme como soy. Y por no tener que esconderme. 

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